Intervención Francesa 1862-1867. La Batalla de Puebla.
- Enrique Gomez V.
- 5 may 2017
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Antecedentes.
En 1861, un grupo de la élite política mexicana, derrotada por el partido liberal en la Guerra de Reforma, se propuso traer al país un monarca extranjero que, apoyado por el ejército de una gran potencia mundial, terminara con el régimen liberal instituido por la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma. Para llevar a cabo lo anterior, dicho grupo de monarquitas solicitó la ayuda del emperador de Francia, Napoleón III, quien accedió a intervenir en las luchas en México, con el fin de crear una monarquía que sirviera como contención en contra del expansionismo económico y militar de los Estados Unidos de América sobre Hispanoamérica y así establecer las bases de una futura hegemonía francesa en América.

Intervención.
La Guerra de Reforma fue la guerra civil más sangrienta y decisiva del periodo. Tuvo su origen en la oposición de los conservadores y la implementación de la Constitución Federal de 1857, creada por un Congreso Constituyente de mayoría liberal y terminó con la derrota del Partido Conservador y su proyecto. Benito Juárez, presidente de la República y líder de los liberales durante el conflicto, enfrentó una situación económica desesperada en el momento del triunfo, que lo llevó a suspender el servicio de la deuda externa en 1861, lo que a su vez produjo las inevitables protestas de los gobiernos de Inglaterra, España y Francia, principales acreedores de México.
Los gobiernos acreedores decidieron presionar a Benito Juárez enviando a las costas mexicanas fuerzas de mar y tierra, con la misión de ocupar las aduanas marítimas y así asegurar el pago de la deuda. El gobierno de Isabel II de España, que desde tiempo atrás tenía intenciones de colocar un príncipe de la casa Borbón en México, propuso una intervención conjunta que no solo estuviera dirigida a exigir el pago de la deuda, sino también a crear un régimen estable en México, proposición que fue plenamente aceptada por Francia, no así por Inglaterra. Ante tal situación, los tres gobiernos firmaron en Londres una convención en la que se acordó exigir a México protección para los extranjeros y el cumplimiento de las obligaciones financieras. Napoleón III e Isabel II, confiaban en que el partido monárquico aprovecharía la presencia de tropas extranjeras para levantarse en armas y derrocar al gobierno republicano de Juárez.[1]
El 8 de diciembre de 1861 desembarcó en Antón Lizardo la escuadra española, cerca de 6,200 hombres, comandada por el general Juan Prim. Entre el 6 y 8 de enero de 1862, fondearon en el puerto los buques que transportaban el contingente inglés, cerca de 800 hombres, comandados por el comodoro Hugh Dunlop, acompañado por el comisionado diplomático Charles Wyke; y el contingente francés, con cerca de 3,000 hombres, comandados por el contralmirante E. Jurien de la Graviere y teniendo como comisionado a Dubois de Saligny. El 10 de enero los representantes diplomáticos de la Alianza tripartita emitieron una proclama al pueblo mexicano, en la que manifestaban que el propósito de su presencia era exigir el pago de las reclamaciones económicas, y de ninguna manera inmiscuirse en los asuntos políticos de México. El gobierno de Juárez, a través de su ministro de Relaciones Exteriores, Manuel Doblado, respondió a la proclama de los comandantes extranjeros, manifestando que no permitiría el avance de las fuerzas intervencionistas al interior del país y haciendo un llamado a conferencias para establecer las bases de un futuro acuerdo. En un encuentro celebrado en el pueblo de La Soledad, en Veracruz, el general Juan Prim, representante de las naciones intervencionistas y el ministro de Relaciones, Juan Doblado, firmaron los Preliminares de la Soledad, en los que se declaraban, que los mexicanos no requerían del auxilio de ninguna potencia extranjera para gobernarse; y acordaron que las fuerzas extranjeras podrían pasar a alojarse en Córdoba, Orizaba y Xalapa.
Las verdaderas intenciones de los franceses no tardaron en aflorar, el comisionado Dubois de Saligny se empeñó en destruir la Alianza Tripartita y con ello, nulificar los Preliminares de La Soledad. Presentó como monto de la deuda que Francia reclamaba la cantidad de 12 millones de pesos, cifra a todas luces exagerada que además no estaba respaldada por algún documento comprobatorio, esto provocó la indignación de Prim y Wyke. Después, Juan N. Almonte llegó a Veracruz con instrucciones expresas de Napoleón III de derribar al gobierno republicano y sentar las bases de un nuevo imperio. El 6 de marzo, bajo las intenciones de su emperador, llegó un refuerzo de 5,000 soldados bajo el mando del general Charles Latrille de Lorencez.[2]
Los franceses una vez confirmadas sus intenciones, iniciaron su marcha hacia el altiplano central mexicano dirigiéndose primero a Orizaba. El 19 de abril, al llegar a la población de Fortín, se efectuó el primer encuentro sangriento entre las avanzadas del ejército francés y el destacamento mexicano. El 27 de abril salieron de Orizaba con rumbo a Puebla y en las Cumbres de Acultzingo tuvieron que enfrentar al Ejército de Oriente, dirigido por el General Ignacio Zaragoza, quien aprovechando la excelente posición defensiva que el territorio ofrecía intentó contener el avance de los invasores. No obstante, el superior entrenamiento militar de los franceses se impuso y los mexicanos fueron desalojados de sus posiciones y obligados a retirarse a San Agustín del Palmar. Zaragoza decidió entonces esperar al enemigo en Puebla, ciudad que fue fortificada a toda prisa para asegurar el ejército mexicano una posición defensiva que ofreciera ventaja ante la superioridad del ejército francés.
Confiado por la anterior victoria el general Charles Latrille de Lorencez envió una nota al ministro de Guerra de su país, al salir de Orizaba, en la que afirmaba:
“Tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de raza, de organización, de disciplina, de moralidad y de elevación de sentimientos, que ruego a V. E. que diga a S. M. el emperador que desde hoy, a la cabeza de 5,000 soldados, soy dueño de México”.[3]

La Batalla del 5 de mayo.
Aproximándose a la ciudad de Puebla y al observar el apoyo militar prometido por los conservadores no llegaba, el general Lorencez cobró conciencia de que con su ejército de 5,000 hombres le sería imposible apoderarse de esta ciudad. Concluyeron que lo único que podían era intentar dar un golpe al fuerte de Guadalupe que dominaba la ciudad en su cara norte, la infantería francesa era famosa por su brío y rapidez en el asalto, lo que daba cierta seguridad de éxito, además todavía se esperaba que en su momento los poblanos se rebelaran contra el ejército mexicano y había informes en que el cerro de Guadalupe estaba mal fortificado. Lorencez decidió jugarlo todo en una sola carta, empeñado en las frases solemnes, despidió a sus oficiales diciendo: “Señores, mañana en el Cerro de Guadalupe”.[4]
El 5 de mayo, las tropas del General Ignacio Zaragoza tomo posiciones:
En el centro de la línea defensiva, ubicado en los barrios al pie del Cerro, fue cubierto por las brigadas de México y San Luis, dirigidas por los generales Berriozábal y Lamadrid, respectivamente.
El territorio de la derecha, ubicado en el llano de la garita de Amozoc, fue cubierto por la brigada de Oaxaca, los carabineros de Pachuca y los lanceros de Toluca y Oaxaca y un destacamento de caballería, todo bajo el mando del General Porfirio Díaz.
El ala izquierda, principal objetivo del ejército francés, ubicada en los cerros de Loreto y Guadalupe, quedo cubierta con las brigadas de Morelia y Puebla a las órdenes del General Miguel Negrete.
Lorencez se dispuso a emprender el asalto al Fuerte de Guadalupe con 4,000 soldados, organizados en dos batallones zuavos, un batallón de infantería de marina y un batallón de infantería de línea, apoyados por 10 piezas de artillería.[5]
Hacia el mediodía la artillería francesa comenzó el cañoneo y las columnas de ataque comenzaron a avanzar, llegaron hasta las murallas del Fuerte de Guadalupe a pesar de que fueron castigados severamente por la artillería mexicana, algunas compañías lograron atravesar el foso y escalar las murallas pero fueron despedazadas; su bandera, condecorada con las batallas de Magenta y Solferino quedó perdida en el fondo del foso. Otro cuerpo avanzó y rodeó el norte y entraron en contacto con el 6° batallón de Puebla, éste se retiró según lo acordado y llevó a los atacantes directo a la trampa, donde se vieron tiroteados sorpresivamente por los defensores de esa línea.
En ese momento, los mexicanos se lanzaron a la lucha cuerpo a cuerpo, lo que hizo más difícil la situación de los atacantes, quienes recibieron apoyo de los batallones de línea de la tercera columna; hacia la 1:30 de la tarde el fuego se había generalizado en toda la línea de batalla; en el llano también se combatía, Lorencez lanzó el ataque a los Cazadores de África y al 99° Batallón de línea, que fueron bloqueados y derrotados por la caballería del General Porfirio Díaz cuando intentaban subir el cerro por el flanco derecho.
Los franceses comenzaron a ceder poco a poco y Lorencez mandó como refuerzo un batallón de cazadores a pie que no alivio la situación, pues sus tropas siguieron sufriendo mucho por la artillería mexicana, mientras que su propia artillería resulto ineficaz por haber sido colocada demasiado lejos y porque la pendiente del cerro de Guadalupe restaba potencia y puntería a sus disparos. Después de tres horas de lucha, en la que los franceses intentaron dos veces romper la línea defensiva mexicana, la derrota de aquellas tropas fogueadas en Italia y Crimera estaba ya decidida. Hacia las cuatro de la tarde, viendo que era imposible lanzar un nuevo ataque, Lorencez ordenó tocar la retirada. Cuando torrentes de fugitivos comenzaron a bajar del cerro, el General Porfirio Díaz movió el batallón Morelos para acabar de desalojar a los franceses que aún quedaban al pie del Cerro de Guadalupe. Teniendo al enemigo al frente, a 700 m. y en completo desorden, Díaz inició la persecución con su caballería para consumar la victoria, pero recibió la orden de hacer alto y tuvo que conformarse con hacer fuego de artillería hasta las siete de la noche en que Zaragoza les ordenó volver a su lugar en la línea defensiva. Los franceses dejaron en el campo 50 muertos, 304 heridos y 127 prisioneros, mientras que los mexicanos sufrieron 83 muertos y 132 heridos.
La victoria abría para los mexicanos una nueva dimensión de esperanza y confianza en el futuro de la nación, enfrentada a una de las más graves amenazas de su historia. Para Francia, la noticia produjo tal indignación, que determino que Napoleón III recibiera autorización para disponer de hombres y recursos con los cuales vengar lo que se considera una afrenta, pues un contingente del que entonces era considerado el mejor ejercito del mundo, había sido derrotado por el ejército de un país al que se le escatimaba el título de civilizado.
Fin de la intervención.
Napoleón III preparó una nueva expedición militar, esta vez compuesta por 30,000 efectivos al mando de Elie Fréderic Forey, la cual llegó a Veracruz en agosto-septiembre de aquel año. Lorencez fue destituido por la derrota en Puebla. El 16 de marzo de 1863, el nuevo ejército francés se encontraba frente a Puebla y comenzó a circundar para establecer un sitio formal. Debido a que Zaragoza había muerto en septiembre, ahora el comandante del Ejército de Oriente era el General Jesús González Ortega, quien luego de resistir por dos meses el cerco de los franceses con gran valor, se rindió el 17 de mayo y entrego la plaza.[6]
El termino intervención, como ya está ejemplificado en el texto, tiene como fin negar o lesionar la soberanía nacional de otro Estado independiente. Los métodos son diversos, desde sutiles artimañas diplomáticas, hasta el empleo de la fuerza armada, pero siempre implica un sometimiento del Estado interventor sobre el intervenido con el objetivo de obligar a este último a adoptar medidas, compromisos o actitudes contrarios a sus decisiones soberanas.

Bibliografía.
Zoraida Vazquez, Josefina, De la Independencia a la Consolidación Republicana en Historia Mínima de México, El Colegio de México, 2013.
Semblanza de autores, Las intervenciones Extranjeras en México, 1825-1916, Museo Nacional de las Intervenciones, Ex Convento de Churubusco, México, 2007.
[1] Zoraida Vazquez, Josefina, De la Independencia a la Consolidación Republicana en Historia Mínima de México, El Colegio de México, 2013, pp. 171-179.
[2] Ibídem, pp. 181-183.
[3] Semblanza de autores, Las intervenciones Extranjeras en México, 1825-1916, Museo Nacional de las Intervenciones, Ex Convento de Churubusco, México, 2007. P. 33.
[4] Op. Cit., Zoraida Vazquez, Josefina, p. 179.
[5] Op. Cit., Las intervenciones Extranjeras en México, 1825-1916, p. 34.
[6] Op. Cit., Las intervenciones Extranjeras en México, 1825-1916, p. 36.
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