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La educación como medio de evangelización en el Virreinato de la Nueva España, siglo XVI y XVII

A partir del primer cuarto del S. XVI, la educación en la Nueva España recibió el apoyo en diversos rubros y la preocupación religiosa fue fundamental. Los misioneros franciscanos con orígenes en la provincia de San Gabriel de Extremadura, caracterizados por su ejemplar comportamiento y su formación intelectual, siempre inspirados por la perfección cristiana, vieron posible la realidad utópica de transformar a los naturales al espíritu de la nobleza y generosidad, la perfección con una base cristiana.


La labor docente entre los indígenas, la construcción de buenos y nuevos cristianos se vio apoyada por actividades como la catequesis, hábitos de conducta, sermones, oficios de provecho para las nuevas costumbres de vida llegadas desde Europa, el teatro, la vestimenta, etc., factores que en combinación determinaron los nuevos principios a seguir para lograr la formación de nuevos hombres virtuosos.[1]


No sin antes mostrar como todos los grupos llegados al nuevo continente, la admiración con tintes de horror por las costumbres abominables de la religión prehispánica, muchos informantes que ahora se consideran fuentes primarias lo constatan:


“… malaventurados de aquellos que adoraron y reverenciaron y honraron a tan malas criaturas y tan enemigos del género humano como son los diablos y sus imágenes y por honrarlos ofracían su propia sangre y la de sus hijos…” [2]


La iglesia católica durante los siglos XVI y XVII principalmente, interpretaron la religión de los indígenas americanos como supersticiones resultado de la acción demoniaca; una interpretación que tiene sus orígenes en el pensamiento de San Agustín, entre los siglos III y IV, que posteriormente fue reformado por Tomás de Aquino en el siglo XIII, pero fue consolidado para establecer el orden en los siglos XVI en adelante, en el Concilio de Trento de 1543 a 1563 en donde se sintetizaron los principios y fortaleció el combate a las herejías y supersticiones. Se puede entonces determinar bajo estas premisas, que la idolatría implicaban un pacto con el demonio, el cual podía ser explicito, es decir, intencional; o implícito, sin una intensión evidente. Para librar esta lucha hipotética entre la idolatría y el buen comportamiento determinado por la evangelización, el Concilio de Trento estableció una imagen de Jesucristo como bondadoso redentor y como juez supremo, reafirmando su imagen como el modelo a seguir, el cual se usó como base en el acercamiento a la verdadera religión de los naturales.[3]


En general se tenía la idea de que en América el demonio se aprovechó del pueblo catalogado como ignorante y de la ausencia de la iglesia para someterlos bajo una religión falsa. El demonio se valía de diferentes estrategias, como introducir engaños para pecar, o deformar el culto católico a manera de burla, de esta forma se daba explicación a los rituales que los indígenas practicaban de forma clandestina, en los casos de mayor falta, se encontraban aquellos que atentaban contra los sacramentos como el bautismo, la comunión o incluso se burlaban del acto litúrgico central, la misa.[4]


San Agustín identificó la superstición y le agregó tres conjuntos de prácticas que tenían en común la obtención de beneficios sobrenaturales sin la intervención de Dios, por lo que para este funcionamiento se requería de un pacto expreso o explícito con el demonio, las prácticas eran la adivinación, los amuletos medicinales y la vanas observancias. Con san Agustín, el riesgo de las supersticiones esta en la manifestación del pecado de soberbia, el cual ofende y traiciona a Dios, dado que para lograr sus fines los hombres recurren al demonio, traduciéndose a un desafío a Dios, un atentado contra el primer mandamiento, por lo tanto la superstición debería ser perseguida y exterminada.[5]


Tomás de Aquino planteó la religión como el medio justo al que la superstición se oponía por ser culto excesivo, por lo que era una forma de irreligiosidad. Diferenció entre supersticiones perniciosas y superfluas, ambas como un culto indebido, la perniciosa era producida por un culto falso y dañoso, voluntariamente distorisionado, en tanto que la superflua era un culto equivocado por exceso o ignorancia.[6] Las supesticiones que ofrecen culto a un dios que no lo es, deja el camino de varias desviaciones. La primera es la idolatría, la cual consiste en venerar a la criatura con las formas propias de Dios; la segunda es recibir de la criatura o demonios, enseñanzas sobrenaturales mediante pacto tácito o expreso; la tercera forma, es la practica de costumbres y acciones de origen demoniaco.[7]


Desde entonces, como firme principio se estableció que la única forma de librar de los horrores y rescatar las almas de las tinieblas del demonio a los hombres naturales, era la evangelización; y esto sólo podría lograrse por medio de la actuación de los frailes en comunidades y regiones indígenas en materia educativa en términos evangélicos. Se centraron en la recuperación, tratándose de un ajuste acorde a las costumbres llegadas recientemente al nuevo continente, de valores humanos y tradicionales.[8]


¿Cómo se logró? Desde un comienzo se trató de aprovechar las habilidades de los indígenas ya establecidos, con esto tambien se benefició de su posición poblacional con la conservación de sus comunidades, en donde se comenzaron a fomentar las actividades colectivas que tuvieron que ver con congregaciones, cofradías y fiestas, que a su vez, intentaron diezmar gradualmente el dolor de una sociedad conquistada y desorientada violentamente, dejando de lado una cosmogonía de vida.


La planeación que llevó al proceso de evangelización basó parte de sus intentos en la lectura y la escritura, tanto naturales como españoles, en español y en lengua indigena, intercambiaron inicialmente sus dotes de entendimiento al aprender la lengua e idioma distinto; los jovenes indigenas aprendieron lectura y escritura en las escuelas conventuales en donde tenían acceso a los libros, impresos o manuscritos, pronto muchos tuvieron la capacidad de leer y escribir, esta facilidad impulso a los religiosos a imprimir textos destinados a la educación de los nativos.


Para lo anterior fue útil la producción de pequeños catecismos con imágenes, estos pequeños libros pictográficos destinados a los indios, se utilizaron sobre todo en el siglo XVI, aunque se fueron desechando con el paso del tiempo, existen indicios de que se conservaron en uso hasta el siglo XX en lugares alejados de la frecuente comunicación con los doctrineros.[9]

Hubo diversidades de catecismos, no sólo aquellos que se crearon para la catequesis de los naturales, sino también los que emplearon los hijos de españoles y los mestizos e indios ya integrados a las formas de vida hispánica impuesta por los conquistadores.[10]


Con técnicas y objetivos distintos, también destinados a la evangelización, se imprimieron algunos confesionarios, sermonarios y libros de devoción en castellano y lengua indígena, bajo la consigna de fortalecer y completar la instrucción en la fe de quienes ya comenzaban a adoptar el dogma cristiano.[11]


Las primeras tres décadas posteriores a la conquista, se trabajo en la alfabetización de los indigenas con el fin de facilitar su evangelización, antes de terminar el siglo XVI las prioridades cambiaron, se modificaron las jerarquías romanas y creció el recelo hacia posibles desviaciones en la fe. Por lo anterior, los textos en castellano y en lengua destinados al uso de los fieles fueron prohibidos en los concilios o sínodos provinciales segundo y tercero en los años 1565 y 1585. Con la llegada del Tribunal del Santo Oficio en 1571, se hizo una consulta relacionada a las lecturas de los indigenas. Los franciscanos quienes fomentaban la lectura, fueron testigo del dictamen dominico en donde “todos los libros, de mano o de molde, sería muy bien que les fuesen quitados a los indios”.[12]


El Concilio de Trento siempre buscó mantener fortalecida la ortodoxia y por ellos intensificó los mecanismos de persecución de las supersticiones y herejías fortaleciendo al Tribunal del Santo Oficio impulsando innovadores modelos educativos de la Compañía de Jesús como vertiente en la educación cristiana, dicha misión fue pilar de la argumentación moral, teológica y jurídica que dio base al régimen virreinal en la Nueva España para la corona española.[13]


Los libros dejaron de ser irrelevantes desde entonces, la regulación requirió de la intervención de las autoridades que comenzaron a restringir o prohibir determinados libros, sin duda fue escencial la intervención de la iglesia, defensora de las bases de la religión católica y con poder para impedir la circulación de obras determinadas en el Indice de Libros Prohibidos, publicado por el Tribunal del Santo Oficio.[14]

La tarea de evangelizar era impostergable, no sólo por las demandas jurídico-políticas, sino también porque el bautizo y la instrucción ecleciastica se convirtió en un requisito indispensable para la incorporación de los indigenas al nuevo sistema de vida en la Nueva España: las mujeres debería de estar bautizadas antes de ser compañeras temporal o definitivamente de un español; los trabajadores de las encomiendas tenían la asistencia a la doctrina como una más entre sus obligaciones y los dueños de minas no podían ocupar trabajadores que no hubiesen sido bautizados.[15]


Los religiosos establecieron otros sistemas educativos, la enseñanza de la doctrina se llevó a los atrios de los conventos satisfaciendo las necesidades mínimas de formación religiosa orientada hacia la integración de toda población con un mismo común. Los adultos estaban obligados a asistir a la enseñanza del catecismo todos los domingos, miestras que los niños macehuales y las niñas de cualquier condición acudian diariamente al convento acompañados por personas mayores.


Los hijos de caciques y principales, fueron internados en los mismo conventos en donde se les enseñaba también lectura, escritura, canto litúrgico, se les entrenaba en la practica del ritual católico que le sería necesario para ayudar a los frailes en los servicios religiosos. Entre los años 1530-1545 funcionaron también internados de niñas indias, hijas de principales en donde recibían la doctrina, las técnicas de labores manuales y la asimilación de costumbres dignas de mujeres españolas, sin embargo, por esos años se enfrentaron a la carencia de maestras, seglares o beatas entre la abundancia de frailes que atendian a los varones.[16]


Uno de los momentos culminantes en la visión de evangelización de los indios en masa, se produjo en 1536 con la fundación del colegio de Tlatelolco, en donde se enseñaba gramática latina, lógica y filosofía, conocimientos que integraban el bachillerato. Con esta institución se logró comprobar la capacidad de los indígenas para el estudio, ya que por mucho tiempo fueron considerados neófitos. Mismos argumentos que fueron puestos en duda por el teólogo Ginés de Sepúlveda, defendidas por fray Bartolomé de las Casas. Otro proyecto fue el de los hospitales-pueblo de Santa Fe, de don Vasco de Quiroga, inspirado en el ideario cristiano en los indigenas dentro de un ambiente tradicional, con respeto a sus tradiciones y costumbres, salvo lo que afectara a las creencias religiosas. En Santa Fe las jornadas laborales eran moderadas, las faenas del campo y tareas de la comunidad se distribuían equitativamente entre los miembros, considerando las necesidades y costumbres de la vida campesina, mayoritaria entre los indigenas; todo finalizó en un proyecto que no prosperó por completo en la Nueva España.[17]


Con el arribo de los misioneros a la Nueva España, las diversas órdenes religiosas asumieron las actividades de formación y educación. Las iniciativas para crear instituciones educativas nacieron de la necesidad de formar nuevos sacerdotes, de expandir la evangelización y de estructurar una población doblegada a las ordenes de la corona, con el favorecimiento de acrecentar los ingresos y fieles a la iglesia, es por esta razón que tomaron un papel tan relevante en la educación. No obstante, las órdenes religiosas no tenían como propósito consolidar un sistema educativo formal, sino exclusivamente educar e instruir a las nuevas elites criollas que darían en un futuro solides a su empresa.


Durante los siguientes dos siglos y hasta un poco después de la culminación de la Independencia, el modelo educativo religioso, que establecía la instrucción basada en la disciplina como la idea central del proceso educativo, representó un proceso de sustitución o eliminación de las concepciones y categorías cosmogónicas de las culturas prehispánicas por nuevos esquemas y formas de vida más convenientes a la cultura española, una transformación constituida para pertenecer a un esquema social diseñado para satisfacer a unos cuantos. Es por esto que el siglo XVI y el inicio de la evangelización en América, es de gran importancia en el estudio histórico que deja un claro panorama del porqué el continente americano es poseedor de este arraigo profundo en la religión católica; misma que como ya se explicó, tuvo aproximaciones pacificas con tintes educativos, pero la realidad es que este episodio en las culturas naturales del nuevo continente no fue el único, tambien tuvieron un pasaje de extrema violencia con la finalidad de extirpar la idolatría, catalogada como demoniaca y que fue tratada bajo castigos ordenados desde por el Tribunal del Santo Oficio, los cuales por supuesto se valieron de castigos fisicos e incluso la muerte, cuando tan sólo se trataba de una religión y practicas que pertenecían a una cosmogonía diferente a la que los europeos entendían y que dio vida al florecimiento de civilizaciones prosperas en América.


Bibliografía.


  • González Aizpuru, Pilar, Paideia cristiana o educación elitista: Un dilema en la Nueva España del siglo XVI, en Educación, familia y vida cotidiana en México virreinal, El Colegio de México, México, 2013.

  • Lara Cisneros, Gerardo, La Idolatría de los Indios y la Extirpación de los Españoles, UNAM y Colofón, 2016.

  • Rueda, Pedro; García Idalia, Leer de la infancia a la Vejez. El Buen Orden de las Lecturas en la Colonia, UNAM, México, 2010.

  • Ramos Soriano, José Abel, Los delincuentes de papel. Inquisición y libros en la Nueva España (1571-1820), Fondo de Cultura Económica, Instituto de Antropología e Historia, México, 2011.

  • Alberro, Solange, Inquisición y sociedad en México, 1571-1700, México, Fondo de Cultura Económica, 1988.

Notas.



[1] González Aizpuru, Pilar, Paideia cristiana o educación elitista: Un dilema en la Nueva España del siglo XVI, en Educación, familia y vida cotidiana en México virreinal, El Colegio de México, México, 2013, pp. 24-25. La autora hace referencia de la Paideia como el proceso de crianza de los niños, entendida como la transmisión de valores y saberes técnicos inherentes a la sociedad, con una base de cristiana.


[2] Fray Bernardino de Sahagún, t. I, p.67.


[3] Lara Cisneros, Gerardo, La Idolatría de los Indios y la Extirpación de los Españoles, UNAM y Colofón, 2016, p. 13


[4] Ibídem, p. 15.


[5] Ibídem, p. 33.


[6] Ibídem, p. 33. Tomás de Aquino, Suma teológica, en traducción y anotaciones por Francisco Barbado Viejo.


[7] Ibídem, p. 36.


[8] Ibídem, p. 25.


[9] Rueda, Pedro; García Idalia, Leer de la infancia a la Vejez. El Buen Orden de las Lecturas en la Colonia, UNAM, México, 2010, pp. 48-49.


[10] Ibídem, p. 51.


[11] Ibídem, p. 60.


[12] Ibídem, p. 61. Se trata del perecer de fray Juan de la Cruz en la “Consulta sobre quales libros religiosos hay traducidos en lenguas indígenas y si los pueden tener los indios. 1572”.


[13] Op. Cit., Lara Cisneros, Gerardo, La Idolatría de los Indios y la Extirpación de los Españoles, p.14.


[14] Ibídem, p. 47. El Índice de libros prohibidos de la Inquisición española fue la relación de libros establecida por la Inquisición española cuya difusión y lectura estaba prohibida en los territorios de la Monarquía Hispánica. La primera edición data de 1551, trece años antes de la promulgación por el papa del Index Librorum Prohibitorum relación de los libros prohibidos que afectaba a todos los católicos. Fue reeditado, corregido y ampliado en 1559, 1583-1584, 1612, 1632, 1640, 1667, 1707 y 1747. En 1790 apareció el último, del que se publicó un suplemento en 1805 y otro en 1848.


[15] Op. Cit., González Aizpuru, Pilar, p. 26


[16] Ibídem, pp. 28-29.


[17] Ibídem, pp. 31.



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