Las Haciendas en Mexico
Las Haciendas representaron desde la época de la colonia el medio por el cual el proceso de conquista se estableció y desarrolló paulatinamente desde el Siglo XVI hasta principios del Siglo XX en absolutamente todos los aspectos de la vida indígena y la llegada de la nueva cultura española.
El sistema de organización, conocido como Hacienda es una institución de índole económica, que inicialmente, buscó mantener la supervivencia de los conquistadores de la Nueva España, por medio de la explotación de la agricultura y de los recursos existentes en la región. El sistema organizativo de la Hacienda fue tan bien establecido y planeado, que permaneció estable por más de 400 años, gracias a varios aspectos presenten en el medio geográfico, temporal y cultural.[1]
La Hacienda se convierte en una institución social y económica, cuya actividad se centra en un principio en producciones dentro del sector agrario, y que se define por las siguientes características:
Subsistencia, consolidación y permanencia de la economía de los conquistadores, posteriormente los hacendados.
Dominio de los recursos naturales por parte del español, como son agua y tierra.
Dominio de la fuerza de trabajo o recursos humanos.
Dominio de los mercados regionales-locales.
Exigencia de un sistema de organización colonialista, basado en las normas del feudalismo.[2]
Las Haciendas poseían actividades y sistemas de organización peculiares, entre las que destacan:
Dominio y monopolización de la tierra.
Reclutamiento y permanencia forzada de la fuerza de trabajo.
Retribuciones o pago de salarios bajos.
Especialización en un tipo de producto trabajado.
Independencia económica.
Alto grado de división y jerarquización del trabajo.
La estructura general de las Haciendas hasta comienzos del siglo XX en México, fue prácticamente el mismo, se conformaban de un centro habitacional “casa grande” en donde habitaba el hacendado y familia, comúnmente conocido como “casco”, contaba con comodidades y lujos de la aristocracia terrateniente, en la mayoría de los casos, estaba rodeada de altos muros protectores, en defensa de cualquier posible revuelta de los indígenas explotados en las labores del lugar; en sus cercanías se encontraba la cárcel, en donde todo aquel que desafiara las órdenes del hacendado o que cometiera algún delito bajo la ley del mismo, estaría encerrado; los establos, en donde se mantenían los animales de trabajo y del dueño; la huerta, casi en todos los casos exclusiva de los señores dueños y dependientes inmediatos; solo en algunas ocasiones, regularmente las menos, se contaba con una escuela para los hijos de los empleados; se podían encontrar viviendas para los trabajadores de confianza como el personal de mayordomía o el capataz; como pieza completamente indispensable, la capilla ofrecía los servicios religiosos a dueños y trabajadores de la hacienda, dando función a el sometimiento neurálgico de la población; y por último, se encontraban a los alrededores las chozas o viviendas en donde los “peones acasillados”, nombre que se les asigna por tener como pago una casa en donde vivir, así como por recibir como pago, una retribución que tenía como fin único el ser gastado en la propia tienda de raya de la hacienda.[3]
Al triunfar la Revolución de Ayutla, inspirada en los principios del liberalismo, las Leyes de Reforma terminaron con el latifundismo eclesiástico, pero nada se hizo para corregir la distribución de la tierra. La consecuencia de la desamortización de los bienes eclesiásticos fue el agrandamiento de las propiedades privadas, ya que cuando el gobierno subastó las tierras expropiadas al clero, con la finalidad de lograr recursos para su administración, esas extensiones fueron adquiridas por las clases sociales de mayores posibilidades económicas, quienes contaban con el dinero suficiente para hacerse de ellas. Estas leyes, no contribuyeron a una distribución más justa de la tierra, ya que los grandes propietarios rurales y urbanos –arropados siempre bajo las banderas del partido Conservador o del Liberal moderado, y que después exigían a Juárez orientar a la República por “un camino de orden, paz, y progreso”– fueron los beneficiados. Aproximadamente el 27% de la superficie del país fue transferida de la propiedad pública a la privada[4].
Con don Porfirio Díaz en el poder, las principales leyes en materia de propiedad territorial fueron las de Colonización (1883), de Aprovechamiento de Aguas (1888) y de Enajenación y Ocupación de Terrenos Baldíos (1894), las cuales contribuyeron a incrementar el acaparamiento. A ellas estuvo vinculada la formación de compañías deslindadoras, que recibían como pago a su trabajo una tercera parte de las superficies mensuradas y podían adquirir por compra otras extensiones.
La mayor parte de la superficie total de México estaba en manos de 27 compañías deslindadoras y de cinco o seis mil individuos terratenientes, cuando la nación tenía ya 15 millones de habitantes. A principios del Siglo XX existían en el país 8421 haciendas registradas, la mayoría de 10 000 a 100 000 hectáreas; sin embargo, existían latifundios tan grandes que funcionaban casi como países independientes, teniendo sus propias leyes, su propia moneda, y de hecho su propio gobierno, ejercido por los dueños de esas grandes extensiones de tierra, como eran los Terrazas y los Creel en Chihuahua, los Madero en Coahuila, los Treviño en Nuevo León, los Cravioto en Hidalgo, los Coutolenne en Puebla, los Cajiga y los Díaz Ordaz en Oaxaca y los Redo en Sinaloa; estas familias habían conseguido la mayor parte de sus tierras en tiempo de Juárez, a partir de la desamortización de los bienes eclesiásticos, que mediante las Leyes de Reforma llevó a cabo don Benito.[5]
La historia de las haciendas en México tiene diversos episodios de abuso y explotación, las leyes de nuestro país no regían a favor de sus trabajadores y la marginación marco acontecimientos históricos que dieron píe a sucesos irrepetibles. La Revolución Mexicana tuvo como uno de sus resultados, la transformación de lo citado, ¿qué tanto se logró modificar?, ¿qué tanto nos dejó la Revolución Mexicana en este rubro?
Bibliografía.
Franco Flores, Edgar, Arquitectura Colonial: Haciendas en México. Sistemas de Producción y Clasificación 1530-1850 d.C., en Historia del Arte y Arquitectura Mexicana C-27, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, México, 2010.
García González, Eusebio, Las Haciendas en México, Universidad Veracruzana, México, 2014.
Meyer, Jean, Haciendas y Ranchos, Peones y Campesinos en el Porfiriato. Algunas falacias estadísticas, El Colegio de Michoacán, México.
Información obtenida del sitio en Internet: Haciendas.
http://www.enciclopediagro.org/index.php/indices/indice-cultura-general/816-haciendas
[1] Franco Flores, Edgar, Arquitectura Colonial: Haciendas en México. Sistemas de Producción y Clasificación 1530-1850 d.C., en Historia del Arte y Arquitectura Mexicana C-27, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, México, 2010, pp. 1-8.
[2] Ibídem, p. 2.
[3] García González, Eusebio, Las Haciendas en México, Universidad Veracruzana, México, 2014, pp. 1.
[4] Información obtenida del sitio en Internet: Haciendas.
http://www.enciclopediagro.org/index.php/indices/indice-cultura-general/816-haciendas
[5] Meyer, Jean, Haciendas y Ranchos, Peones y Campesinos en el Porfiriato. Algunas falacias estadísticas, El Colegio de Michoacán, México, pp. 477-505.